miércoles, 28 de noviembre de 2012

Más, más fragmentos



Pues eso, que hay que ser auténtico. Yo trato de serlo; y tú, también. Lo demás, son pequeñas cosas malas y buenas que conforman a la persona.
Y no pasa nada.

&


Y tomé la decisión que pudo ser la más dura de toda mi vida. No hablo de la ruptura con M., no hablo de tal vez aquel aciago día en el que mi abuela presenció ese acto de brutalidad de mamá en una fuerte discusión— monólogo —conmigo. Hablo de tomar una medida y de rebajar esa sensación de ahogo que tanto atenazaba mi cabeza y mi hueco vacío tan familiar y con el que tanto había convivido toda la vida. De repente, podía estar triste o contenta; podía llorar o reír; tal vez seguía deprimiéndome mientras los últimos rayos de luz del día se colaban entre las ramas de los árboles... pero podía regodearme un poco más en las pequeñas actividades, en las diminutas cosas, los grandes pasos para una persona y pequeños para los demás. Podía sentir lo que era bello y disfrutarlo mejor.

(Más fragmentos que podrían ser relatos)
De P., para C.  Con cariño.

martes, 27 de noviembre de 2012

*

Te echo de menos precisamente cuando me más divierto, no porque te quiera del modo incorrecto. «Aquí nos reiríamos», pienso. Y con eso, para ella, todo quedó dicho.


Relatos

lunes, 26 de noviembre de 2012

Colores de la mente nublada

Que las comas y los puntos están reglados es verdad, pero que uno, a veces, también quiere ponerlos a su manera, eso también es una gran necesidad que nadie puede derribar.

Estoy entre la casa y la calle; revoloteo por las luces tenues y miro con desconfianza las altas. El camino es indescriptible e incierto, pero hay que seguirlo siempre, porque es la única manera de poder mirar atrás con la capacidad de seguir hacia delante.

Después de esta pequeña verborrea de sentimiento quiero ponerme cómoda, sentarme y que me brillen los ojos. Regodearme en mis pequeños tormentos, en mis grandes ilusiones, en mis actitudes más esenciales, en los brochazos y esbozos que garabatean mi mente.

Y lo consigo con Emil Nolde y su expresionismo de colores chocantes y locos, que me dejan boquiabierta. ¿Se puede gritar con una mayor claridad?

Lo que está claro es que poseía una extraordinaria capacidad psicológica de atención.

Drifting heavy-weather clouds, 1928.

Zwei am Meeresstrand (1903)

Blumengarten, 1908.
Formas abigarradas, tempestades de colores excesivos (para algunos) y primitivismo. Expresionismo del momento, aunque con sus propia personalidad que le separa a veces, durante años, del gran grupo de pintores expresionistas de su época, que también se sintieron hipnotizados por su obra.

Wildly Dancing Children, 1909.


Friend.

Moonlit Night, 1914.

Humaredas, salpicaduras, brochas, pinceladas, ideas y venidas que reflejan París, Berlín y Dresden; la Alemania más estricta, el conservadurismo y el modernismo entremezclados; el rechazo y la aceptación, la soledad y el apego.

A juzgar con los ojos... Es decir: con el corazón. Tal vez encontremos también un poco de tormenta dentro de nosotros.

“Clever people master life; the wise illuminate it and create fresh difficulties.”
 Emil Nolde


Schlepper auf der Elbe, 1910.

martes, 20 de noviembre de 2012

¡Que creo!

De acuerdo, lo admito.

Soy una enganchada, una adicta, una aficionada y una loca. Una loquesea-holic (qué término más divertido en inglés, aunque prefiera, por mi profesión, encontrar uno propio en mi lengua materna). Padezco una filia —del griego, amistad—, un amor hacia lo que puedo hacer con mis manos y con mis ojos.

Lo mismo me pongo a hacer un bizcocho (sin saber bien qué va a salir del invento) que te hago un cuello de punto. Que se lo digan a mi novio, el pobre, que cada día ve cómo mi cabecita echa humo y maquina de todo, incluyéndolo a él en diversos planes en los que no se creía con arte ni parte.

Y en mi cabeza, mientras hago esas cosas, ya hay otras diez que se está ya autoañadiendo a la lista de «deseos» o «pendientes» (no me gusta decir esta última demasiado, creo que transmite mucha negatividad, pero a veces entiendo que no la podemos obviar: es como un minicastigo para nosotros mismos. Tienes pendiente algo, debes hacerlo. Brrr, deber, otro verbo que no me gusta mucho).

Vale, es cierto: soy de las que va por la calle y se da con cada farola por detenerse a cada minuto a capturar y fotografiar lo que necesita; o porque estoy pensando en centenares de pequeñas creaciones que quiero plasmar. Claro, luego llegas a tu casa y lo que te encuentras dista mucho de ser tan creativo (bueno, según lo mires): gata hambrienta, chico que necesita abrazos, comida para táper de hoy y mañana, limpiar el hogar o, simplemente, caer redonda tras más de ocho horas de pantalla en el primer sofá que pilles.

Llamo a mi madre:
Hoy he visto diez fotos. le digo.
¿Qué las has visto? ¿Dónde? ¿Has hecho un álbum?
No, no, mamá. Que las he visto en mis ojos; que no podía capturarlas en ese momento.

Pongo cara de «qué poco entiendes mi frustración», aunque a través del teléfono dudo que llegue a su destino.

Tengo demasiada creatividad en la cabeza, ganas casi de escupirla en forma de repostería, punto, manualidades, creaciones... y en este diario, por supuesto. Diario o bitácora, por favor. Otro propósito que sugiero adoptar antes de que acabe este año: utilizar la palabra blog lo menos posible. Que nadie me llame bloguera o no responderé: os atizaré con mi pluma estilográfica, mis agujas de tejer o con mi rodillo de amasar.

No os creáis que soy una talibana ortográfica. Tiempo atrás pensé que sí, pero prefiero mantenerme al margen de etiquetas. Desde niña, pensé que eran odiosas y detesté que siempre hubiese alguien —incluso seres muy queridos— que me etiquetaran. Una mala costumbre de la sociedad, que hoy se ve desconcertada al encontrarse con individuos imposibles de clasificar por su variedad, diversidad y riqueza.
Bueno, a lo que vamos. Hay otra frustración: la de no tener, lógicamente, dinero y tiempo para invertir en todos los cachibaches y materiales que necesitas para crear y que quieres YA, ahora mismo, PARA AYER.

Vale, ahora me siento un poco mal, no frustrada, sino realmente mal. Hablo de que quiero todo para ayer, pero resulta que cuando un cliente o una agencia de traducción pide un trabajo para AYER a mí me entran los siete males.

En fin, que todo esto es otro gasto de letras para poder desahogarme aquí, para quienes se puedan ver identificados. De momento, tengo este pequeño diario; un gran paso para Pati, uno pequeño para la humanidad. ;-)

Crear, creación, creatividad, creador.
Arte, artista, artístico.

Te está pasando, ¿verdad? Algo que te reconcome por dentro; sientes que te faltan las horas y que querrías duplicar los días —y duplicarte tú— para poder hacer todo eso que te quema en los dedos, los ojos, hasta en la punta de los pies.

Hay que organizarse. Lo haremos, pero tengo que pensarlo y comentarlo en otra entrada más extensamente.

Mientras tanto, felicito a quienes se sientan creadores o creativos: sin eso, creo que para mí el alma está un poco más muerta. Todos somos creadores de algún modo, eso sin duda, pero... ¿cuándo sacamos realmente ese partido al creacionista que tenemos dentro?

El último que lea hoy, que apague la luz. Puede hacerlo con una palmada porque, después de todo, estamos en un mundo de creación e imaginación... por ahora.

Buenas noches.

martes, 13 de noviembre de 2012

Por la mañana

Vale, ya estás despierto.

¿Y ahora qué?

Por favor... para un segundo. No te pongas a correr.

Respira; regálate una pausa.
Sí, sí, ya sé que cinco, seis o siete horas de sueño pueden serlo.
Pero no son TU pausa; la pausa consciente.


Ya estamos en marcha. Bien.
¿Puedes poner música? Si no puedes, tararea la tuya, la interior; si puedes, pon algo suave.
Dirígete a la cocina o al café que más cerca tengas, pero que te guste, que no te acelere (aún) el pulso.

Tómate ese café que te apetece tanto, con nata o chocolate;
 solo o con leche; con espuma y caliente; o humeante.
¿Tal vez un té? Verde con menta, negro con chocolate, de cítricos o con canela.


¿Te has puesto un jersey cálido, que no pique y cuyo color te haga sentir mejor?
Hazlo.

Y tus botas, esas que cuidas tanto porque sabes
que no podrás comprarte otras hasta dentro de un tiempo.

Si puedes, ponte (ahora que es otoño y empieza a hacer frío) un gorro que te vuelva loco.

Como podrás leer, no te estoy pidiendo que sonrías con todos tus músculos, porque sé que no puedes. No es la hora, no es el día o no es la época.

Pero respira profundamente. Primero, coge todo el aire que puedas desde el diafragma; luego, expulsa todo el que haya. Es así:

1.- Pon la palma de tu mano encima de tu vientre, debajo justo de las costillas.
2.- Coge todo el aire que puedas mientras sientes que tu vientre se va hinchando de aire, poco a poco. Hazlo, hasta el final.
3.- Retén unos segundos.
3.- Suelta el aire progresivamente, con la mano en tu vientre. Nota cómo se va vaciando el mismo, poco a poco, hasta que no quede ni una sola gota de ese aire dentro.

Relaja el cuerpo. Y ahora, sal. Haz lo que puedas ahí fuera, sin reprocharte ningún error o acción cometida hasta el día anterior.

Felicidades, has hecho algo por y para ti.
Hazlo cada día de tu vida.

Cuentos para regalar a personas originales. Enrique Mariscal.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Una libreta en París

Tengo muchos cuadernos, muchísimos. Me encanta ver las portadas, que mis ojos brillen y convertirme en una niña mientras mi mano, antes incluso de que el resto de mi cuerpo y yo misma seamos conscientes, pase acariciando el lomo, la portada, el relieve... tal vez el tipo de papel.

Me vuelven locas las libretas* de papel rayado. Rayas grises, finas, pero anchas, donde uno pueda escribir como realmente quiera, sin la presión de que ahí no pueden caber ideas, bien sean grandes, idiotas, inteligentes, audaces o, simplemente, espontáneas.

Lo malo de coleccionar cuadernos es que los adquieres a velocidad de vértigo y, cuando te estás dando cuenta, tu mano ya está esgrimiendo una tarjeta o un billete para pagarla en aquella tienda bonita por la que pasaste mil veces sin entrar, con los ojos pegados a ella mientras tu cuerpo ya estaba más lejos avanzando. A veces, de hecho, estuviste a punto de besar grácilmente a alguna farola por su culpa.

Ayer reencontré una pequeña, probablemente la más pequeña que tengo. Es de tapas duras, recicladas, con lunares estampados de un tono brillante, como de papel de fiesta de cumpleaños, alguno que otro de ese tono rosa que para mí, la niña de los tonos neutros y cálidos, solo tiene cabida en dichos festejos.

Es la libreta perfecta: anillas superiores, no en un costado; papel sensacional al tacto; las rayas perfectas, de las que os hablé; y está llena de anotaciones, locas, completamente inconexas, en diferentes páginas.

He sonreído leyendo un texto descerebrado que escribí a la carrera un sábado de abril, en París, tal vez en alguna de esas cafeterías que tanto me gustan, donde puedo desayunar y comer al mismo tiempo.

Volver a Casa Lola y con la tripa —y los corazones— llenos,  dirigirse febrilmente a rebuscar en Kiliwatch o Free'P'Star, paseándome si puede haber algún rayo de sol por Le Marais.

Y aún hay quien me pregunta por qué es la ciudad que me conquistó ya hace más de diez años.


Samedi à Paris. Avril 2012. Patricia Lluberas.

*Mi vena lingüística tenía que salir al paso: quise hablar de la diferencia entre libreta y cuaderno. Pues bien, según la RAE, una libreta es un libro o cuaderno pequeño donde realizar anotaciones. De manera inconsciente, mi mente ya parecía conocer la diferencia.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Vuelves a la vida

Es muy fácil volver a escribir, cocinar, regalar, bailar, reír; tan fácil como recibir una pequeña palabra de aliento, una sonrisa auténtica —bueno, parece ser que últimamente esto no es tan fácil, veo demasiadas caras que parecen fachadas en lugar de paisajes—, una sensación de calidez en forma de abrazo o de risa contagiosa.

Algo que te hace clic... y vuelves. VUELVES.

¿Os parece una locura dejar el trabajo que odiáis, distanciaros de aquellos que os hacen daño o comprar algo que siempre quisiste y que te prohibiste? ¿Y desayunar aquel sándwich (¡y decir «emparedado» al pedirlo!) de atún con huevo y mayonesa que te parece una locura?

Lárgate donde el mar es azul, con gamas que van del azul profundo al turquesa, y donde pensaste que caerías en la nostalgia y el tedio, donde creías que sí te importaría sentarte a ver pasar a las personas, mientras tú tejías en la cabeza ideas cada día más locas de lo que realmente necesitabas de lo que era tu propia vida.

Sí, la verdad es que creo que... estábamos equivocados; y nos engañaron. A todos. La vida era algo más que todo lo que nos contaron que debíamos hacer, todos los pasos que había que seguir religiosamente. La vida era pegar saltos, probar, caer, tropezar, llorar lágrimas amargas, agridulces y después dulces. La vida era eso, eras tú, como tú quisieras, con quien quisieras, donde quisieras.

Y lo sigue siendo, porque vives.

martes, 6 de noviembre de 2012

Analfabetos, todos.

Hace unos días envié un correo en el que solo daba las gracias a unas pocas personas. Las respuestas fueron variadas, tan variadas como son las diferentes personalidades y maneras de comprender el mundo desde los ojos de uno... pero me di cuenta de algo que me alarmó nuevamente (podría decir que esto era nuevo para mí, pero no es así): algunos no tenían ni idea de qué respuesta darme a algo tan sencillo.

Disculpad, pero debo decirlo: la gente es analfabeta, ANALFABETA EMOCIONAL.

No saben evolucionar ni distinguir entre más de tres o cuatro emociones primarias: la ira, la alegría y la tristeza.

El miedo, en realidad, no una emoción primaria. El miedo es una simple fuente de emociones, que no es lo mismo, pero a través de él podemos identificar un gran abanico de emociones que normalmente más de la mitad de la población ni siquiera llega a ver pasar por delante de sus narices.

¿Y qué pasa cuando no sabemos identificar, definir y etiquetar más de tres emociones tan fuertes y extremistas? Que no sabemos dar ni recibir amor.

Podemos llegar a ser personas extremadamente ingeligentes, superar todo tipo de pruebas y exámenes, añadir a nuestra maratoniana lista de méritos muchos títulos, experiencia o libros leídos... pero no tenemos ni puñetera idea de emociones.

Y normalmente, lo que peor llevamos es recibir ese amor, no darlo, como muchos creen erróneamente.
Emociones de todo tipo: frustración, tristeza, melancolía o pena, resignación, serenidad, tranquilidad, relajación, plenitud... NO, no son sinónimos absurdos de las emociones primarias, son OTRAS EMOCIONES que, si etiquetamos como tales, nos ayudarán a no descargar ira o alegría equivocadamente en un contexto inapropiado.

Analfabetos emocionales del mundo: quiero que os quedéis con eso. ¿Lo somos? ¿Lo sois? Sí, lo somos, temporalmente o durante toda la vida, por circunstancias o por nuestro carácter desde la infancia, pero todos lo hemos sido, lo somos o lo seremos algún día.

Por eso, si después de encontraros con gente que creéis que no comprende vuestros sentimientos, que no sabe ofreceros una gran palabra de aliento, que se queda bloqueada en momentos difíciles de vuestra vida... aún os preguntáis qué ocurre, por favor, releed esto y pensad: ellos también son analfabetos emocionales.


Spread the wor(l)d
Spread the wor(l)d. Patricia Lluberas, 2012.


lunes, 5 de noviembre de 2012

Cuando te sientes con ganas de llorar de forma constante, desconsolada, sin saber por qué.

Cuando crees que la vida se te cae encima, cuando te sientes un fracaso, cuando lees y lees y lees... pero no actúas, nunca, y solo te dedicas a admirar melancólicamente lo que sí hacen los demás, lo que ganan en fuerza y vida.

Cuando no encuentras el motor propio que tanto necesitas y sabes que, en el fondo, tu propia vida merece tener.

Cuando papá pone Michelle en su casa, en el ático, porque tú se la has recordado a más de 600 Km de distancia. «Ayer tu padre puso a los Beatles y sonaban por toda la casa, qué casualidad»... y tú sabes que no, que no fue una coincidencia, que papá te escuchó... y que ambos sois las personas más sensibles y tiernas del mundo.

Pensar que tú puedes ser muchas cosas, pero que estás estigmatizada medianamente, que por más que alguien te diga lo contrario, por más que muchos te acaben atosigando incluso para decirte que tú eres algo diferente y único, no puedas ni sepas ya cómo luchar.

Por querer algo, pero no saber ir a por ello. Por querer esconderte bajo el nórdico, entre libros y música dulce y nostálgica, mientras el horno siempre tiene algo rico dentro.