lunes, 18 de junio de 2012

Volviendo

Y vuelvo a estar allí. Vuelve a ser verano, vuelve a ser el año 2010. Vuelvo a ser yo, y nadie más.

Estoy bajo aquel cielo encapotado, en un césped un tanto mal cuidado y que poco deja a la imaginación. La ciudad parecía contener una tormenta constante. Sentada, espero, sin saber bien por qué. Espero a alguien, o algo... aunque creo que en realidad solo «espero», sin más, sin determinar el objeto. En realidad, analizándolo tiempo después, es muy posible que esperara la propia esperanza, una llama apagada esos días. Es en esos momentos se deja de ser uno mismo; el cuerpo es lo único que queda como testigo.

Cuando estás triste —no enfadado, sino con un sentimiento de tristeza genuina, calmada, aceptada—, el sentimiento puede llegar incluso a respirarse en el aire.

En esos días no parecía importarme mucho si mi cuerpo era el único presente. Me movía por simples impulsos de supervivencia, necesidades de las que me acordaba sobresaltada a distintas horas, no muy acertadas normalmente.

Y me marchité. La persona brillante a la que todos querían acercarse, cuya luz todo el mundo decía querer tocar, se había vuelto mate. Como ya no aportaba luz, nadie quería acercarse. Es lo malo de los seres humanos.

Luchaba constantemente,  pero no podía. Simplemente, no podía. Ni siquiera tenía fuerzas para poner un pie en tierra firme. Todo era algodón descolorido, incluso el cielo.

Aquellos días algo se transformó. Regresé —a día de hoy no sé bien por qué del todo— y la sonrisa reapareció, con un cuerpo un tanto diferente. Los demás lo vieron como algo más primitivo, lógico, básico, de ir y volver, de romper con cosas cotidianas...pero yo sé bien lo que sentí y lo que llevo aún dentro. Y hoy, no sé por qué, he vuelto a sentirlo. Está grabado a fuego dentro de mí y nunca se irá.