miércoles, 4 de mayo de 2011

Capítulo II: la carretera

Por fin construído queda el mapa, pero los peligros siempre acechan.

Siempre me han dado miedo los arcenes. Bueno, en realidad, que nuestro coche se saliera y acabara en ellos. ¿Nuestro? El de la persona que caminara (más bien condujera) a mi lado.

Me he dado cuenta de que para que dos compañeros de viaje funcionen ambos tienen que ser copilotos y también conductores. El papel debe intercambiarse, para que uno descanse de vez en cuando y se pueda permitir disfrutar del paisaje, mientras el otro conduce, y el primero le acaricia la mano en cada cambio de marcha. Y viceversa.

Y a mí siempre me ha encantado conducir de noche, con la persona que quiero, y en silencio, con el hilo musical de fondo, bajito, pero en presente continuo.

Todos tenemos derecho a cuidar, y a que nos cuiden.

Hace años me chocqué con alguien que no quiso dejarse cuidar. Y descubrí que era incluso peor que no querer cuidar al resto. Era como si esa persona no me necesitara, como si un día cualquiera desapareciera, y ni siquiera notara mi ausencia.

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